Badlands

La casa de Mae Rim (poema número 24)

Camino por los pasillos del hospital.
No debería mirar
dentro de las habitaciones
pero veo a un anciano que llora
junto a su mujer.
No sé si es su mujer,
lo supongo.
La puerta está abierta de par en par.
La mujer todavía respira
hundida en la cama
con dos almohadas
bajo la cabeza.
Me acerco.
Está dormida,
está más que dormida.

Él le quita las gafas,
los pendientes de oro
con forma de trébol,
la dentadura postiza
que se despega
con ruido de ventosa
y tiene garfios de plata en los extremos.
También intenta quitarle
el anillo de bodas
pero ella tiene las manos hinchadas.
Él entonces se inclina
y le chupa el dedo
varias veces
como perro torpe y obsesivo.
El hombre se saca el anillo de la boca
y lo guarda en la palma de la mano
con las demás cosas:
reliquias,
huesos de pájaros
metálicos manchados por la vida.

Ella desploma la cabeza a la derecha.
Tiene el cuello hecho de nubes.
Su cara es la cara de todos los muertos.

El hombre no la besa,
ni siquiera le toca la frente
cuando los camilleros se la llevan
hacia el frío
donde ella extenderá manteles nuevos
y pondrá la mesa
con copas altas
y guirnaldas
hasta que lleguemos.